domingo, 8 de abril de 2012

Carta de Gonzalo Arango a Arturo Echeverry Mejía

Querido Arturo:


Es terrible diciembre que se viene encima como un remordimiento por no ser ya niños. Se dijera que de enero en adelante uno envejece y va subiendo a la altura del tiempo para abismarse en la Navidad en espantosos recuerdos. En este tiempo cómo se envidia uno de la alegría de aquellos que no son propicios a la trascendencia del pensamiento, que dejan pasar todo sin averiguar su dolor como si el mundo fuera el juguete divertido que Dios le regaló al hombre cuando empezó el tiempo a ser una hazaña. Cómo nos duele a ciertos hombres ese juguete y cómo y cómo dependemos de él por el dolor que nos inflige, hasta ser sus victimas.


Estoy pasando ahora por una época dura, sin objetos que justifiquen esta desolación y este gasto de días miserables y estériles que no ofrecen ningún porvenir. Es el recomienzo de una duda antigua que no me abandona, excepto cuando me llega la certidumbre del amor. Pero cuando este no existe, yo me abandono a la desesperación más cruel y me ofendo con una tristeza negra como si yo fuera un enemigo. Es una especie de destruir los últimos vestigios de mi residencia en esta tierra que me deja por gozar muy poca alegría.


El extremo de esta amargura se me revela en mi absoluta impotencia para crear. Este oficio de ser a través del arte me pone al filo de una derrota total que me deja sin fuerzas para aceptar la vida, para perseverar en ella y para admitirle su sentido. Qué opinas de un cuento que tengo iniciado hace quince días, lo leo, trato de terminarlo, de corregirlo, y cuando empiezo se apodera de mí una inercia infecunda y lamentable que me hace abandonarlo y destruirlo, como si la vida se detuviera en mitad del camino y de la germinación con que el espíritu se alienta. Aún insisto, ante estos echos y ante los intentos fracasados, que se trata de una sensibilidad enfermiza y bastarda que no logra su justificación y que no alimentará ningún fruto sano. Tampoco espero claudicar, pero siento necesario abrir una pausa y tomar de cualquier parte un poco de fe que me ayude a no desesperar con tanta frecuencia de mi irrevocable intención en mi destino artístico. Creo que habrá que extremar esta desesperación, hundirla en la oscuridad, embotarla en la embriaguez, a los caballitos de la muerte, mezclarla al envilecimiento, perderla en la duda, preferir su destrucción a la esperanza engañosa que me haría aparecer como un resignado comediante.


Ahora se cambian los papeles, ese afecto gratuito en mi vocación de escritor que se me antoja imposible, para darle paso, en medio de tanta noche que me rodea, a una capacidad inagotable de sumergirme en la nada.


Me siento inútil y entre esta dolorosa infecundidad y falta de fe en mi mismo, alterno la embriaguez y la inconsciencia con la lectura. Esto significa que una potencia oculta, pero que yo no alcanzo a controlar, me sostiene aún en este equilibrio peligros en que juego mi destino y mi porvenir.


Estas líneas es lo único que escribo en varias semanas, pero solamente las escribo para ti, porque a nadie le interesa que yo esté tan realmente desesperado, y porque tú entiendes esto a través de la gran amistad que no une.
Cuando esté mejor volveré a escribir y quien sabe si esta situación sigue encadenándose sin fin, pero confiemos en que tanto sufrimiento junto no puede prolongarse sin que uno estalle primero en la locura.
Hasta entonces te abraza:
Gonzalo

No hay comentarios.:

Publicar un comentario